Si hay algo sagrado en este mundo, seguramente no es el dinero. El
dinero parece ser el enemigo de nuestros mejores instintos, algo que se
nos vuelve muy claro cada vez que un impulso hacia la generosidad y la
gentileza es bloqueado por la idea de “no me alcanza.” El dinero parece
ser enemigo de la belleza, como lo demuestra el peyorativo “vendido.”
El dinero parece ser enemigo de toda valiosa reforma social o política a
medida que el poder corporativo maneja legislaciones hacia el
incremento de sus ganancias. El dinero parece estar destruyendo la
tierra, a medida que saqueamos oceanos, bosques, suelos, y especies para
alimentar una avaricia que no conoce límite.
Desde por lo menos la vez que Jesus sacó a los cambiadores de moneda
del templo, hemos sentido que hay algo impuro en el dinero. Cuando los
políticos buscan dinero por encima del bien común los llamamos
corruptos. Adjetivos como “sucio” e “inmundo” naturalmente describen al
dinero por lo que se espera que los monjes tengan poco que ver con él: “No
podéis servir a Dios y al dinero.”
Al mismo tiempo, es innegable que el dinero tiene una cualidad
misteriosa y mágica tambien, el poder de alterar el comportamiento, y
coordinar la actividad humana. Desde tiempos antiguos los pensadores se
han maravillado con la habilidad que tiene una simple marca de conferir
este poder a un disco metálico o un pedazo de papel. Lamentablemente,
si vemos a nuestro alrededor, es difícil no concluir que la magia del
dinero es una magia malvada.
Por supuesto, si vamos a convertir el dinero en algo sagrado, nada menos
que una revolución del orden mayor bastará, una transformación de su
naturaleza esencial. No sólo son nuestras actitudes acerca del dinero
que deberán cambiar, mas bien deberemos crear nuevos tipos de dinero que encarnen y refuercen las actitudes cambiadas. Economía Sagrada describe
este nuevo dinero y la nueva economía que se consolidará a su
alrededor. También explora la metamorfosis de identidad humana que es
tanto causa como resultado de la transformación del dinero. Las
actitudes cambiadas que menciono llegan al corazón de lo que es ser
humano: incluyen nuestra comprensión del propósito de la vida, el papel
que desempeña la humanidad en el planeta, la relación del individuo a la
comunidad humana y natural; hasta lo que és ser un individuo, un ser.
Es sumamente irónico y de gran significancia que la única cosa en el
planeta que más se aproxima al predominante concepto de lo divino es el
dinero. Es una fuerza inmortal e invisible que rodea y conduce todo,
omnipotente y sin límites, una “mano invisible” que, como se dice, hace
girar al mundo.
Pero el dinero actualmente es una abstracción, cuando
mucho: símbolos sobre papel, pero usualmente dígitos binarios en un
ordenador. Existe en una dimensión remota y lejana del mundo material. Allí está exento de las leyes mas importantes de la naturaleza, ya que
no decae ni vuelve al suelo como todo lo demás, se conserva más bien,
incambiable, en sus bóvedas y archivos digitales, hasta creciendo con el
tiempo gracias al interés. Tiene las propiedades de preservación
eterna e incremento sin fin, ambas cosas profundamente no naturales. La
sustancia natural que más se le asemeja es el oro; inoxidable, no se corrompe ni decae. Por esto se usó el oro como dinero, y como símbolo del
alma divina, que es incorrompible e incambiante.
Esa propiedad divina de abstracción que tiene el dinero, su
desconección del mundo de cosas verdaderas, alcanzó su extremo en los
primeros años de el siglo XXI cuando la economía financiera perdió su
anclaje en la economía real y tomó vida propia. Las vastas
fortunas de Wall Street se desconectaron de cualquier producción
material, pareciendo existir en una realidad aparte.
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