El nacionalismo destruye la sociedad civil
Por Antonio García-Trevijano -
Todos recuerdan el nacionalismo totalitario que encarnaron
los Estados de Italia y Alemania, pero hoy se quiere ignorar que los
tipos de nacionalismo parcialitario (separatista, federalista y
autonomista), cuyo desarrollo ha propiciado la Monarquía de Partidos,
participan de las mismas creencias, sobre comunidad y sociedad, que
dieron el poder absoluto al fascismo y al nazismo en el contexto
ideológico de la lucha de clases.
Los nacionalistas adoran la
lengua y la cultura autóctona, en tanto que creaciones naturales de la
comunidad orgánica de cada pueblo, mientras que temen la libre
competencia en una economía de mercado, porque la consideran expresión
del contractualismo internacional de la sociedad civil. En consecuencia,
solo un autogobierno orgánico, que sustituya la sociedad civil por la
comunidad nacional, puede armonizar las clases y categorías sociales,
dando a los individuos un sentimiento de identidad común por su
pertenencia a la comunidad de cada parcela autónoma del Estado. La
economía nacional es la aspiración de todo nacionalismo.
La continuidad de la barbarie orgánica de la dictadura, en la
Monarquía de Partidos y de Comunidades Autónomas, ha provocado el
desarrollo de todo lo orgánico en detrimento de la sociedad civil, que
prácticamente ha dejado de tener conciencia de sí misma. Y Zapatero, sin
representación de la sociedad civil en el Parlamento, puede gobernar,
como Suárez, con el apoyo de los nacionalistas, a quienes regala la
promesa de autogobierno en Cataluña y de autodeterminación en el País
Vasco.
Por ignorancia, o por supervivencia en los medios donde desarrollan su actividad, los intelectuales no interpretan la profundidad fascista del atentado a la sociedad civil que realizan los nacionalismos. En este desierto de civilización, la autonomía catalana expresa la ambición orgánica de su capital financiero. Y el autogobierno vasco, la de su capital industrial.
Por ignorancia, o por supervivencia en los medios donde desarrollan su actividad, los intelectuales no interpretan la profundidad fascista del atentado a la sociedad civil que realizan los nacionalismos. En este desierto de civilización, la autonomía catalana expresa la ambición orgánica de su capital financiero. Y el autogobierno vasco, la de su capital industrial.
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