Empezando por el principio, en las “elecciones generales” no
se eligen personas sino listas, es decir, partidos enteros. En bloque. Hay una
persona bajo la que se extiende la lista, confeccionada por dicha persona/jefe.
Todos le deben el puesto al confeccionador de la lista y si no acatan lo que
dice, la próxima vez no estarán en la lista. ¿Alguien duda de esto?
Los diputados del partido que saca más votos eligen al
presidente que es ¡qué sorpresa! el jefe del partido que más votos ha sacado.
Si no gana por mayoría absoluta se amaña el resultado con quien sea para sacar
el número de votos suficiente. Esa es lo que llaman “proporcionalidad”, pacto
de gobierno o simple pacto de investidura.
Si se votan listas y el jefe manda ¿para qué hacen falta
tantos diputados y senadores si van a votar lo que diga el jefe? Efectivamente,
para nada. Podrían reunirse en un cuarto sólo los jefes de los partidos y votar
proporcionalmente. Lo demás es teatro y del caro. Hoy día tanto los diputados
como los senadores no sirven a la ciudadanía sino a los partidos. Sus puestos
dependen siempre del jefe así que harán lo que les diga en cada momento.
Esto es importante tenerlo claro puesto que el “Poder
Judicial” depende de los votos de dichos diputados. Sí, estimado lector, el
gobierno de los jueces, así como la interpretación de lo que llaman
constitución, siempre va a depender de los partidos, es decir, de sus jefes. Primero:
el Tribunal Constitucional, que no
pertenece siquiera al orden jurídico es, quizá, el más politizado de todos. Individuos
que ni siquiera provienen algunos del ámbito del derecho, designados a dedo por
los partidos, interpretan desde este tribunal la norma máxima que rige las
demás normas. No ocurre como en EEUU que cualquier juez puede interpretar la
constitución y que sólo tiene una sala especial dentro del Supremo para tratar
estos temas. ¡Cuánta madurez y ventaja nos llevan por delante! (Leer más)
Fuente: Artículo de Manuel Ramos "Por qué los políticos no pagan por la corrupción" en El Demócrata Liberal.
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