Conferencia pronunciada por D. David López Sandoval. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia. Profesor de Lengua Castellana y Literatura en ESO y Bachillerato en Murcia, el 29.3.2014 en la Jornada "El futuro de la educación" celebrada en Villafranca de los Barros, Badajoz.
En esta conferencia se tratan los diversos motivos a partir de los cuales no se puede esperar un cambio sustancial en las políticas educativas, estableciendo una serie de razones que a juicio del autor, fundamentalmente, demuestran la connivencia entre la política de Estado y la ideología con las distintas leyes educativas.
En 1945 las potencias vencedoras conocen
muy bien las causas del desastre de la última Gran Guerra, no obstante
aplican un remedio que es consecuencia del miedo a la libertad. Este
remedio no es otro que la instauración de un Estado donde la sociedad
civil goce de libertades públicas y exista libertad económica, pero se
destruyan los últimos rescoldos de la libertad política al estatalizar
el ámbito de lo civil. Convirtiendo a los partidos políticos (que, en
teoría, deben ser los representantes de los ciudadanos, de la pluralidad
ideológica de la sociedad) en órganos financiados por el Estado, e
institucionalizándolos como únicos representantes de la soberanía
popular, se consigue el control ideológico de la sociedad y el sabotaje
de cualquier atisbo de inestabilidad. El estado de partidos es, en
definitiva, la solución que, en plena Guerra Fría, las potencias
occidentales conciben para frenar el avance de los partidos comunistas
en sus territorios y el posible resurgimiento de las ideologías
totalitarias. En otras palabras, el estado de partidos supone una
superación del parlamentarismo y traslada a las distintas organizaciones
políticas, de su seno natural, la sociedad civil, al lugar privilegiado
donde se sitúa lo estatal, hecho este que supuestamente consigue
integrar a las masas en el Estado y concluir la fórmula más perfecta,
según algunos juristas alemanes, de democracia.
¿Qué supone esto en la práctica? No hace
falta acudir a países como Alemania, Italia, Grecia, Irlanda o Países
Bajos (partidocracias todos ellos); basta con echar un vistazo a lo que
tenemos dentro de nuestras fronteras. En la práctica, el régimen
político español adquiere la forma del estado de partidos porque
participa de las tres peculiaridades básicas que lo identifican:
a) Su Constitución consagra la no separación de los poderes del Estado.
b) Su Constitución estataliza entes (partidos políticos, sindicatos, asociaciones de empresarios) que, por su naturaleza, pertenecen en realidad a la sociedad civil.
c) Su Constitución instaura la proporcionalidad en el método de las votaciones, rompe por tanto con la representación del elector y prohíbe el mandato imperativo de este.
b) Su Constitución estataliza entes (partidos políticos, sindicatos, asociaciones de empresarios) que, por su naturaleza, pertenecen en realidad a la sociedad civil.
c) Su Constitución instaura la proporcionalidad en el método de las votaciones, rompe por tanto con la representación del elector y prohíbe el mandato imperativo de este.
Estas tres características son los tres
obstáculos contra los que, sin saberlo, choca una y otra vez toda
crítica al sistema educativo español, toda voluntad de regenerarlo, de
transformarlo. Esto explicaría, además, que la destrucción de la
enseñanza no solo haya sido una de las labores más concienzudas
realizadas por el régimen salido de 1978, sino que, sobre todo, nada se
haya hecho por evitarla. Que los profesores jamás hayan contado en las
negociaciones con el Ministerio se debe en exclusiva a que en el régimen
no existen mecanismos reales de representación política. Es más,
mientras se mantenga la verticalidad estatal de partidos y sindicatos
(representativos de una ideología pero jamás representantes del
ciudadano), un sistema de enseñanza que pretenda situar al docente en el
centro de las decisiones será poco menos que una utopía. Por si esto no
fuera suficiente, el estado de partidos impide acabar con la
omnipresencia de una única escuela pedagógica, pues el Ejecutivo de
turno posee la vergonzosa potestad de legislar y, por lo tanto, de
orientar ideológicamente leyes que ningún poder del Estado puede ni está
dispuesto a cuestionar. Por último, la naturaleza del régimen político
también explica la asimetría existente entre las diecisiete regiones y,
sobre todo, el inmenso poder de decisión en los asuntos educativos que
poseen algunas de ellas, crecidas a la sombra de una ley electoral
proporcional que las beneficia y les otorga una importancia inusitada en
el Parlamento.
Ahora bien, si todo esto es así, si por una parte la razón de Estado ha
convertido el sistema de enseñanza en una herramienta más, y si por otra
el régimen político aparece como uno de los principales lastres que
poseen la ciudadanía y los profesores cuando intentan cambiar la
realidad, ¿cómo es posible que nadie se haya dado cuenta? ¿Por qué
ninguna voz ha estado alertando de lo que ocurría? Es más, ¿cuál es el
motivo de que la mayoría de la gente piense precisamente todo lo
contrario? A todas estas cuestiones responde la tercera razón que nos
debe hundir en esa resignación que pretendo que ustedes hagan suya. Es
la más difícil de exponer, la más volátil. Y no porque se resista a una
definición concreta, sino porque, cuando se enuncia, enseguida se
observa como una provocación, como algo que acecha en las sombras y
amenaza con perturbar la solidez de eso que los españoles, a falta de
aquella honra de los siglos XVI y XVII, consideramos hoy día lo más
sagrado: la ideología. (Texto completo de la conferencia)
En realidad lo que nos convierte en enemigos de nosotros mismos es el hecho indiscutible de que somos el ejemplo perfecto de cómo el Estado, el régimen y el consenso han ejercido su influencia en la sociedad.Blog de David López Sandoval, AUTOPSIA
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