El pasado 20 de mayo, el presidente ruso, Vladímir Putin, daba un
puñetazo en el tablero geoestratégico global con la rúbrica de un
acuerdo de más de 400.000 millones de dólares para suministrar gas a
China durante tres décadas. Rusia aliviaba así la dependencia de
su país respecto al mercado europeo en un momento de máxima tirantez en
las relaciones entre Moscú y Occidente. El contrato fue firmado
entre el gigante estatal ruso Gazprom y la empresa "China National
Petroleum Corporation" (CNPC). El acuerdo es la mayor venta sellada
nunca por Gazprom: supone más de un 20 % del suministro ruso a Europa.
La
operación da un vuelco al pulso que Rusia mantiene con Europa y Estados
Unidos a causa del conflicto en Ucrania. La agresiva política rusa en
la crisis llevó a las autoridades europeas y estadounidenses a aprobar
sanciones contra empresas y particulares vinculados al Kremlin, a lo que
el Ejecutivo ruso respondió asegurando que devolvería el golpe.
Ahora, Putin muestra el as que tenía guardado en la manga: con la
demanda china de gas asegurada, la posición del gigante euroasiático en
su tira y afloja con Europa y EE.UU. se ve considerablemente reforzada. Europa
necesita el gas ruso, pero Rusia ya no necesita tanto a Europa como
cliente. Una maniobra que 'desarma' en gran medida a Occidente en la
crisis de Ucrania. Por otro lado, con este pacto Pekín y Moscú
impulsan la asociación estratégica y cooperativa que acordaron en 2011 y
confirman el 'golpe de timón' anunciado hace años por el Kremlin: Rusia
vira su rumbo hacia Oriente.
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