1. La corrupción destruye a la nación
El
consejo no podía ser más apropiado para el tiempo actual. Para Cicerón,
la corrupción se había convertido en un verdadero cáncer que devoraba el
corazón del Estado. Para la historia quedará el discurso de Cicerón en
el juicio contra Gayo Verres, antiguo gobernador de la isla de Sicilia
cuya forma de gobierno se convirtió en paradigma del político depravado.
En sus palabras, Cicerón demostró no sólo una lucha férrea contra la
corrupción sino que prometió enfrentarse a todos aquellos que se
atrevieran a defender al corrupto.
2. La inmigración fortalece a un país
Cuando
se cumple un año de la expulsión del Sistema Nacional de Salud de
cerca de un millón de inmigrantes irregulares, los consejos de Cicerón
se hacen más valiosos que nunca. Roma pasó de ser un pueblecito a un
imperio poderoso gracias a su política de acogida de nuevos ciudadanos a
medida que se extendía por el Mediterráneo. Hasta los esclavos podían
llegar a ser integrantes plenos de la sociedad y tener derecho a voto.
Los ciudadanos nuevos aportan, a su juicio, nueva energía e ideas a las
nación.
3. Jamás hay que empezar una guerra injusta
Esta
máxima de Cicerón cobra especial importancia cuando se ha conocido el apoyo del Gobierno de Mariano a Estados Unidos en
su intención de atacar Siria. "¿Cómo os sentís vosotros sabiendo que
una sola orden ha bastado para causar en un día la matanza de miles de
ciudadanos romanos? (...) Para que un conflicto sea justo es preciso
anunciarlo y declararlo, y que tenga por fin la restitución del bien
perdido", escribe.
4. La inteligencia no es mala
Para
Cicerón los dirigentes de una nación deben ser los más perspicaces del
país. Si los dirigentes no poseen un conocimiento meticuloso de aquello
de lo que hablan, sus discursos no serán más que una mera cháchara de
palabras vanas y sus actos estarán mal informados hasta extremos
peligrosos. "Para elaborar un discurso no importa sólo la elección de
las palabras, sino también su correcta disposición (...) la agudeza, el
humor, la erudición propios de un hombre libre, así como la rapidez y la
brevedad a la hora de responder o atacar, que siempre irán ligadas a un
encanto sutil y a un claro refinamiento".
5. El gobernante debe poseer una integridad excepcional
Sobre
este aspecto, Cicerón destacaba que el buen gobernante debe "destacar
por su coraje, aptitud y su resolución". "En nuestra nutrida ciudadanía
son multitud quienes aspiran a la revolución y a la caída del Estado por
tener el castigo que se merecen las faltas que saben haber cometido",
escribe. En su opinión presidir un país es como gobernar una nave, sobre
todo cuando empiezan a soplar vientos de tempestad: si el capitán no es
capaz de mantener un rumbo constante, la travesía se resolverá en
desastre para cuantos viajan a bordo.
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