Debido a su propio desarrollo, el capitalismo ha alcanzado un límite
interno y externo que es incapaz de superar y que le convierte en un
sistema que sobrevive gracias a subterfugios a la crisis de sus
categorías fundamentales: el trabajo, el valor, el capital.
La crisis del sistema se manifiesta tanto a nivel macro-económico como a
nivel micro-económico. La principal causa es el cambio radical
tecno-científico que introduce una ruptura en el desarrollo del
capitalismo y arruina, con sus repercusiones, la base de su poder y su
capacidad para reproducirse.
La informatización y la robotización han permitido producir cada vez más
mercancías con cada vez menos trabajo. El coste del trabajo por unidad
de producto no ha dejado de disminuir y el precio de los productos
tiende a bajar. Sin embargo, cuanto más disminuye la cantidad de trabajo
para una producción particular, más tiene que aumentar el valor
producido por trabajador -su productividad- para que la masa de
beneficio no disminuya. Obtenemos por tanto esta paradoja aparente :
cuanto más aumenta la productividad, más tiene que aumentar ésta para
evitar que el volumen de beneficio disminuya. La carrera hacia la
productividad tiende a acelerarse, los recursos humanos a reducirse, la
presión sobre el personal a endurecerse, el nivel y la masa salarial a
disminuir. El sistema evoluciona hacia un límite interno donde la
producción y la inversión en la producción dejan de ser lo suficiente
rentables.
Las cifras prueban que se ha alcanzado este límite. La acumulación
productiva de capital productivo no ha dejado de experimentar una
regresión. En los Estados-Unidos, las 500 empresas del índice Standard
& Poor'fs disponen de 631 millones de millones de reservas líquidas ;
la mitad de los beneficios de las empresas americanas proviene de
operaciones en los mercados financieros. En Francia, la inversión
productiva de las empresas del CAC 40 ni siquiera aumenta cuando sus
beneficios se multiplican.
Puesto que la producción ya no es capaz de valorizar todos los capitales
acumulados, una parte creciente de ellos se queda bajo la forma de
capital financiero. Se constituye una industria financiera que no deja
de refinar el arte de hacer dinero comprando y vendiendo solamente
diversas formas de dinero. El dinero mismo es la única mercancía que
produce la industria financiera a través de operaciones cada vez más
arriesgadas y cada vez menos controlables en los mercados financieros.
La masa de capital que la industria financiera drena y gestiona supera
desde luego la masa de capital que valoriza la economía real (el total
de los activos financieros representa 160.000 millones de millones de
dólares, es decir de tres a cuatro veces el PIB mundial). El “valor” de
este capital es puramente ficticio ; descansa en gran parte sobre el
endeudamiento y el “good will”, es decir sobre anticipaciones : la Bolsa
capitaliza el crecimiento futuro, los beneficios futuros de las
empresas, el futuro alza de los precios inmobiliarios, las ganancias que
podrán aportar las reestructuraciones, fusiones, concentraciones, etc..
Las cotizaciones de la Bolsa se hinchan de capitales y de sus
plus-valías futuras : los bancos incitan a las familias a comprar (entre
otras cosas) acciones y certificados de inversión inmobiliaria, a
acelerar así el alza de las cotizaciones, a pedir prestado a sus bancos
importes crecientes en la medida que aumenta su capital ficticio
bursátil.
La capitalización de las anticipaciones de beneficios y crecimiento
mantiene un endeudamiento creciente, alimenta la economía en liquidez,
debidos al reciclaje bancario de plus-valías ficticias, y permite a los
Estados-Unidos un “crecimiento económico” que, basado en el
endeudamiento interno y externo, es claramente el motor principal del
crecimiento mundial. La economía real se
convierte en un apéndice de las burbujas especulativas sustentadas por
la industria financiera. Hasta el inevitable momento en que las burbujas
estallan, arrastran a los bancos hacia bancarrotas en cadena que
amenazan de colapsar el sistema mundial de crédito, y que amenazan a la
economía real de una depresión severa y prolongada (la depresión
japonesa dura ya quince años).
Fuente: Artículo de André Gorz, escrito en julio de 2007
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